La censura a Roberto Carlos en la última dictadura cívico-militar

Las canciones de Roberto Carlos, como ‘Lady Laura’ y ‘Propuesta’, fueron prohibidas por el gobierno militar por su supuesto contenido subversivo.
Un micrófono con la boca tapada por una cinta adhesiva, y a su lado, una guitarra en una jaula. Representa: Roberto Carlos fue censurado durante la dictadura argentina por su musica

El arte de la sospecha: Cuando el amor es un problema de Estado

Uno se imagina a los prohombres del Proceso de Reorganización Nacional, ocupados en la refundación de la patria, y de repente, en medio de un café, alguien pone sobre la mesa una cuestión de suma urgencia: Roberto Carlos. Sí, el brasileño de la voz suave y las camisas impecables. El mismo que le cantaba al millón de amigos y a los cacharritos. Parece una escena sacada de una comedia de enredos, pero la historia, a veces, tiene un guion bastante pobre. El Comité Federal de Radiodifusión (COMFER), organismo de una agudeza crítica envidiable, decidió que ciertas canciones del popular baladista no eran aptas para el consumo público. La tarea de estos funcionarios, se ve, era proteger al ciudadano de a pie de peligrosas influencias, como la nostalgia o el deseo de casarse.

Es que el contexto lo era todo. En un clima donde la sospecha era el aire que se respiraba, cualquier expresión cultural se pasaba por un tamiz de paranoia. Y Roberto Carlos, con su perfil de buen muchacho, católico y sentimental, representaba una amenaza sutil. No era un cantante de protesta explícito, lo cual lo volvía, quizás, más peligroso. Sus mensajes se colaban por debajo de la puerta, directamente al corazón, ese territorio ingobernable. La censura no siempre necesita de proclamas revolucionarias para activarse; a veces, le basta con una simple balada que evoque una emoción demasiado humana, demasiado personal. Y para un régimen que aspiraba al control total, lo personal era, por definición, político y, por ende, sospechoso. Se generó una pila de informes y directivas para silenciar lo que, a simple vista, era inofensivo.

‘Propuesta’: El indecoroso acto de querer casarse

Analicemos una de las joyas prohibidas: ‘Propuesta’. Una canción que, en su superficie, narra la intención de un hombre de formalizar una relación. “Yo te propongo que caminemos de la mano”, canta Roberto Carlos. Un llamado a la anarquía, evidentemente. ¿Caminar de la mano por dónde? ¿Hacia dónde? La falta de especificaciones geográficas era, sin duda, una invitación al caos. Pero la verdadera ofensa, la que seguramente encendió todas las alarmas en las oficinas del COMFER, venía después: “Yo te propongo darte todo mi cariño / y que elijas el modo y el lugar”. Una oferta de autonomía personal y sentimental a la mujer. Inaceptable. ¿Cómo que ella elige? ¿Dónde queda la estructura patriarcal que el régimen tanto defendía?

La letra continúa con una descripción de la vida en pareja que, para los oídos de un censor entrenado, era pornografía pura. Hablar de “cubrirte a besos” o “hacerte sentir mujer” era, claramente, una apología del hedonismo y la lujuria, en detrimento de los valores familiares y espirituales. El hecho de que toda la canción fuese una declaración para llegar al matrimonio era un detalle menor. Lo importante era la supuesta carga de “sexo y descripción de actos sexuales” que los genios de la censura detectaron. La propuesta no era de amor, sino de desorden. Una verdad incómoda es que el censor no prohíbe lo que ve, sino lo que su propia mente proyecta. Y vaya si proyectaban.

‘Lady Laura’: El peligroso llamado a una madre

Si la censura a ‘Propuesta’ roza el absurdo, la prohibición de ‘Lady Laura’ es la consagración de la ridiculez como política de Estado. La canción es una oda explícita a su madre. “Lady Laura, abrázame fuerte / Lady Laura, y cuéntame un cuento”. ¿Qué mente puede encontrar algo objetable aquí? Pues, una mente experta. Una que sabe que el anhelo por el abrazo materno es un síntoma de debilidad. Es un llamado a la regresión, a un pasado de seguridad y afecto que el nuevo orden pretendía superar con disciplina y mano dura. Pedirle a mamá que te dé un beso o que te lleve a su regazo era visto como un acto de infantilismo que minaba la moral del ciudadano-soldado que el régimen quería forjar.

Más profundo aún: el refugio en la figura materna implicaba desconfiar de la protección del “Padre Estado”. Era un acto de repliegue hacia la esfera privada, un espacio íntimo donde la propaganda y el control se diluían. “Tengo a veces deseos de ser nuevamente un chiquillo”, confiesa la letra. ¡Herejía! La nostalgia es contrarrevolucionaria. Mirar hacia atrás con cariño es despreciar el futuro radiante que nos están construyendo a fuerza de decretos. Por si fuera poco, la canción se volvió un himno para las Madres de Plaza de Mayo, que la adoptaron en sus rondas, resignificando por completo cualquier intención original del autor. La censura, con su torpeza, a menudo le regala a las canciones un poder que nunca soñaron tener.

El legado de un malentendido monumental

Al final del día, el caso de Roberto Carlos es una lección magistral sobre la naturaleza del poder autoritario. Revela, con una claridad pasmosa, la profunda inseguridad de un sistema que necesita controlar no solo los cuerpos y las acciones, sino también las emociones y los recuerdos. La prohibición de estas canciones no fue un acto de fuerza, sino de una debilidad inmensa. El miedo no estaba en la letra, sino en el eco que esa letra podía generar en el alma de quien la escuchaba en la radio de su auto o en la soledad de su casa. El miedo a que un simple recuerdo de la madre o un proyecto de vida en pareja fuesen más fuertes que cualquier discurso oficial.

Este episodio, hoy casi una anécdota, es en realidad un monumento a la estupidez burocrática y a la ceguera ideológica. Demuestra que, para un régimen paranoico, no hay arte inocente. Todo es un potencial mensaje cifrado. La gran ironía es que fueron los propios censores quienes politizaron a Roberto Carlos. Al colocar sus canciones en la lista negra, las invistieron de una relevancia y una capacidad de resistencia que el artista brasileño probablemente nunca buscó. Le otorgaron el honor de ser considerado peligroso por la dictadura. Es un galardón extraño, sin duda, pero uno que dice mucho más sobre los condecoradores que sobre el condecorado. El arte, a veces, gana batallas sin siquiera saber que las está peleando. Y esa es, quizás, su victoria más elegante.