Yoko Ono: La Demanda por Copyright en sus Exposiciones

Yoko Ono fue demandada por el uso no autorizado de fotografías de Iain Macmillan en sus retrospectivas y proyectos audiovisuales.
Un gran huevo frito (el arte de la exposición) con un tenedor gigante (la demanda) intentando pincharlo, pero el huevo es demasiado resbaladizo y el tenedor se desliza. Representa: Yoko Ono fue demandada por derechos de autor por imágenes usadas en exposiciones retrospectivas

La Paradoja del Concepto y el Contrato

Resulta casi poético, en un sentido burocrático y desalmado, que una figura como Yoko Ono termine enredada en las minucias de una demanda por derechos de autor. Una artista que dedicó su carrera a desmaterializar el objeto artístico, a proponer que una idea o una instrucción eran la obra en sí, se ve de pronto confrontada con la más materialista de las disputas: quién es el dueño de una imagen y cuánto vale su uso. No es que sea sorprendente, es más bien la confirmación de una verdad incómoda: al final del día, hasta la vanguardia más etérea debe rendir cuentas a un abogado con un portafolio.

La historia es sencilla, casi trivial en su planteo. Los herederos del fotógrafo Iain Macmillan, el hombre que capturó a The Beatles cruzando una calle y la convirtió en la imagen más famosa de la historia de la música, notaron algo. Vieron que ciertas fotografías de esa misma sesión de 1969 —tomas alternativas, descartes, momentos detrás de escena— estaban apareciendo con una regularidad llamativa en proyectos vinculados a Ono. Hablamos de sus exposiciones retrospectivas, de sus libros y hasta de material audiovisual como el documental “Imagine: Yoko Ono”. El problema, según el patrimonio de Macmillan, era que nadie les había pedido permiso. Ni, por supuesto, les había pagado un solo peso.

Fotografías, Legados y Letra Chica

La demanda se formalizó en un tribunal de Nueva York, exigiendo no solo una compensación económica por los daños, sino también una orden judicial para que se dejaran de utilizar las imágenes de inmediato. Aquí es donde la cosa se pone técnica, pero no por eso menos reveladora. La defensa de Ono, previsiblemente, se apoya en una telaraña de permisos y licencias cruzadas, probablemente argumentando que, a través de su rol en Apple Corps y como gestora del patrimonio de Lennon, tenía algún tipo de derecho implícito para usar material relacionado con The Beatles. Es la clásica disputa del “trabajo por encargo”: ¿el copyright pertenece al fotógrafo que aprieta el disparador o a la entidad que le paga por hacerlo?

Esta pregunta, que ha llenado bibliotecas enteras de jurisprudencia, aterriza en el mundo del arte conceptual con la sutileza de un piano cayendo por un balcón. Porque el trabajo de Ono, desde sus primeras instrucciones en su libro “Pomelo” (Grapefruit) hasta piezas como “Cut Piece”, donde el público cortaba su ropa, se ha basado en la disolución de la autoría. Su propuesta es que la obra no es el objeto, sino la idea y la participación. Ironía de ironías, se ve forzada a discutir sobre la autoría y propiedad de un objeto tan tangible como una fotografía, un fragmento de papel y plata que documenta un instante.

Cuando el Arte Choca con el Auto de la Realidad

Lo que este episodio pone sobre la mesa es el eterno conflicto entre la libertad creativa y la estructura legal que la contiene. Un artista puede pasar su vida entera cuestionando los límites de la propiedad y la originalidad, pero en el momento en que utiliza una imagen ajena para promocionar su propia retrospectiva, esas preguntas filosóficas se transforman en una citación judicial. El sistema tiene una capacidad asombrosa para absorber y mercantilizar hasta a sus críticos más feroces. Y Ono, a pesar de su estatus icónico como disruptora, no es la excepción.

La situación desnuda una ingenuidad fundamental, o quizás una conveniencia, en cierta parte del mundo del arte contemporáneo. Se celebra la apropiación, el remix y la recontextualización como gestos artísticos válidos, pero se espera que las mundanas leyes de propiedad intelectual miren para otro lado. El caso Macmillan vs. Ono es un recordatorio de que no lo hacen. Hay una pila de contratos y derechos que sostienen el andamiaje cultural, y colisionar con ellos no es un acto performático, es simplemente un problema legal. Uno muy caro, por cierto.

El Derecho de Autor como Obra de Arte Conceptual Definitiva

Al final, uno podría llevar la reflexión un paso más allá y plantear que la propia ley de derechos de autor es la obra de arte conceptual más exitosa y omnipresente de la historia. Es una construcción enteramente abstracta, un conjunto de reglas invisibles que, sin embargo, dictan de manera tangible quién puede mostrar qué, dónde y a qué precio. No requiere de un museo, se exhibe en cada contrato. No necesita de un crítico, se interpreta en cada tribunal. Su autor es anónimo —un colectivo de legisladores a lo largo de los siglos— y su público somos todos, participando de manera obligatoria.

Yoko Ono, al ser demandada, no fue víctima de una injusticia particular, sino que simplemente se convirtió en una participante más de esta gran instalación conceptual. Se vio obligada a jugar según las reglas de una obra que ella no creó, pero que define los límites de la suya. La lección, si es que hay una, es tan simple como desalentadora: no importa cuán vanguardista sea tu discurso sobre la autoría, siempre habrá alguien con un título de propiedad sobre la imagen que usaste para tu catálogo. Y esa persona, casi con seguridad, tendrá un mejor abogado.