Valie Export: el arresto por el cine que se podía tocar

La performance ‘Tapp und Tastkino’ de 1968, donde Valie Export permitía tocar sus pechos, expuso la hipocresía del cine y resultó en su detención.
Un gran cofre, similar a una máquina expendedora de caramelos, con dos grandes botones rojos en lugar de ranuras. Representa: Valie Export fue arrestada por su performance 'Tapp und Tastkino' al portar una caja que permitía tocar sus pechos

El cine más corto y honesto del mundo

Imaginemos la escena, por un momento. Año 1968. Una mujer camina por la calle, pero no es un paseo cualquiera. Lleva adosada al torso una estructura, una especie de caja de cine en miniatura que le cubre los pechos. El frente tiene una cortina, como un telón de teatro. Un cartel reza: ‘Tapp und Tastkino’ (Cine de Tocar y Palpar). La artista, que se hace llamar Valie Export, no está sola. La acompaña su socio artístico del momento, Peter Weibel, quien con un megáfono invita a los transeúntes a una experiencia única. No se trata de ver una película, sino de sentirla. Los espectadores, uno por uno, pueden introducir sus manos a través de la cortina y tocar directamente los pechos de la artista. El contacto es directo, sin la mediación de una pantalla, sin la oscuridad cómplice de una sala de cine. Es la experiencia cinematográfica reducida a su esencia más cruda: el cuerpo como espectáculo.

La duración de la “proyección” dependía enteramente del participante. Podían ser segundos de curiosidad nerviosa o un contacto más prolongado. Lo que Export ofrecía era, en apariencia, simple: un acto de transgresión. Sin embargo, debajo de esa superficie se agitaba una crítica feroz. Ella se convertía en el cine. No era una actriz interpretando un papel en una película; era la sala, la pantalla y el contenido, todo en uno. Un cine ambulante que, en lugar de proyectar fantasías, proyectaba una realidad incómoda sobre la relación entre el que mira y lo mirado.

La provocación como herramienta de análisis

Para entender el gesto, hay que entender el nombre. La artista no se llamaba Valie Export de nacimiento. Adoptó su nombre como una declaración de principios, tomando el de una popular marca de cigarrillos, ‘Smart Export’. Se autoproclamó un producto, una marca, una mercancía exportable. Una ironía filosa sobre la identidad en una sociedad de consumo que ya empezaba a devorarlo todo, incluido el arte. Su obra se enmarca en el Accionismo Vienés, un movimiento que buscaba sacar el arte de los museos y las galerías para estrellarlo contra la realidad de la calle. Buscaban una confrontación sin anestesia, usando el cuerpo como territorio de batalla política y social. El ‘Tapp und Tastkino’ es un ejemplo paradigmático de esta filosofía: el arte no está para decorar paredes, está para generar un cortocircuito en la percepción cotidiana.

Export no estaba vendiendo sexo, estaba vendiendo una idea envuelta en la misma carne que el cine comercial de la época usaba para vender entradas. La diferencia crucial residía en el control. Al llevar su “cine” a la calle, despojaba al espectador de su anonimato. De repente, el acto de mirar, de consumir un cuerpo femenino, ya no era un placer privado y pasivo. Era una acción pública, visible, que requería una decisión consciente. El hombre que metía las manos en la caja se convertía él mismo en parte del espectáculo, observado por todos los demás. Su curiosidad, su deseo o su morbo quedaban expuestos a la luz del día.

El espectador activo, demasiado activo

El verdadero golpe de genialidad de la performance reside en la inversión de los roles. En una sala de cine convencional, el espectador masculino (históricamente el sujeto dominante de la mirada) observa a la mujer en la pantalla, que es un objeto pasivo. Él está seguro en su butaca, en la oscuridad, anónimo. Ella es una imagen, despojada de su agencia. Valie Export dinamitó esta estructura. Al ponerse la caja, se proclamó dueña y señora del medio. Ella era la directora, la productora y la exhibidora. El espectador, por otro lado, debía abandonar su cómoda pasividad. Para “ver” la película, tenía que actuar. Tenía que superar la barrera de la vergüenza o la norma social y participar físicamente. Se volvía vulnerable, expuesto. De repente, tocar un pecho no era un acto de consumo visual impune, sino un evento con consecuencias sociales inmediatas. Tenía que dar la cara, literalmente.

Cuando la realidad no soporta la metáfora

Como era de esperar, la intervención de la autoridad no se hizo esperar. Valie Export fue arrestada. El cargo, previsiblemente, rondaba el atentado contra la moral y las buenas costumbres. Y aquí es donde la obra alcanza su clímax y demuestra su tesis con una contundencia abrumadora. El mismo sistema que permite y promueve la exhibición de cuerpos femeninos semidesnudos en carteles gigantes y en pantallas de cine para el consumo masivo, no puede tolerar que una mujer tome el control de esa misma lógica y la exponga en sus propios términos. La metáfora, cuando se vuelve literal, se convierte en un crimen. Es aceptable que un productor de cine se haga millonario objetivando a una actriz, pero es una ofensa pública que una artista exponga ese mismo mecanismo de forma directa, sin la coartada de la ficción.

El arresto fue, en rigor, la parte final de la performance. El auto de policía que se la llevó fue el telón que cerró la función, confirmando punto por punto lo que ella quería demostrar: la profunda hipocresía social en torno al cuerpo de la mujer. Se lo puede vender, pero no puede ser dueño de sí mismo. Se lo puede exhibir, pero no puede controlar la narrativa de su propia exhibición. La indecencia no estaba en los pechos de Valie Export, sino en la mirada condicionada de una sociedad que prefiere la explotación velada a la autonomía explícita. El ‘Tapp und Tastkino’ no envejeció. No fue un simple acto de shock para llamar la atención. Fue una clase magistral de crítica institucional, realizada con una caja de cartón, un megáfono y una pila de coraje. Una verdad tan obvia que resultó ser intolerable.