Spencer Tunick: El Arte de Ser Detenido por Desnudos Masivos

El fotógrafo y su peculiar ‘delito’ recurrente
Parece una verdad de Perogrullo, pero a veces es necesario recordarla: el arte que no incomoda a nadie probablemente no le esté hablando a nadie. Spencer Tunick, un artista armado con una cámara y una inexplicable capacidad de convocatoria, parece haber entendido esto desde el principio. Su carrera no se puede contar sin mencionar la pila de citaciones y las noches en el calabozo. Su ‘modus operandi’ es, en apariencia, sencillo: juntar a una multitud de voluntarios dispuestos a quitarse la ropa en un lugar público para una foto. El resultado es una instalación viviente, una escultura efímera donde la carne y el cemento dialogan.
Sin embargo, para las autoridades, especialmente en sus inicios, el concepto era menos poético. Donde Tunick veía una abstracción de la forma humana, la policía veía un delito flagrante. Durante los años noventa, en una Nueva York obsesionada con la ‘ley y el orden’, cada sesión fotográfica era un potencial campo de batalla. Organizar uno de sus eventos implicaba una logística casi clandestina, sabiendo que en cualquier momento podían aparecer los patrulleros para desarmar el ‘quilombo’. Fue detenido en múltiples ocasiones, acusado de cargos que iban desde alteración del orden público hasta exposición indecente. Es fascinante cómo un mismo hecho —un grupo de personas sin ropa— puede ser interpretado como una obra de arte o como una contravención, dependiendo únicamente de la imaginación (o la falta de ella) del que mira.
La desnudez como paisaje, no como ofensa
La principal revelación que nos arroja el trabajo de Tunick, tan obvia que duele, es la completa desexualización del cuerpo. Cuando uno ve una de sus fotografías, no ve a cien, quinientas o diez mil personas desnudas; ve una textura, una mancha de color, una ola orgánica que redefine la arquitectura de un puente o una plaza. El individuo se disuelve en la masa, y con él, cualquier connotación erótica. La vulnerabilidad de un solo cuerpo desnudo se transforma en la fortaleza de una entidad colectiva. Es una coreografía monumental donde cada participante es un píxel en una imagen mucho más grande.
Aquí es donde la maquinaria legal muestra su rigidez. Las leyes sobre ‘exposición indecente’ están diseñadas, lógicamente, para proteger al público de actos lascivos no deseados. Pero aplicar esa misma lógica a una instalación artística planificada, que ocurre generalmente al amanecer para evitar a los transeúntes curiosos y con la participación de voluntarios conscientes, es como intentar usar un martillo para ajustar un reloj. La obra de Tunick expone esa falta de matices del sistema. Su técnica, que incluye lentes de gran angular y una cuidadosa composición, busca precisamente lo opuesto a la provocación individual: busca la escala, la abstracción y la belleza en la repetición de la forma.
Una batalla legal ganada con paciencia (y buenos abogados)
La insistencia de Tunick no era solo artística, era también una cuestión de principios. Cansado de que sus proyectos terminaran con él adentro de un auto policial, decidió llevar la disputa al terreno legal. La lucha más significativa tuvo lugar, como no podía ser de otra manera, en los tribunales federales de Estados Unidos. El argumento central era simple y contundente: sus fotografías y las instalaciones que las hacían posibles constituían una forma de expresión artística, protegida por los derechos de libertad de expresión.
El Estado, por su parte, argumentaba su interés en mantener el orden y la moral pública. El punto de inflexión llegó en el año 2000, cuando un tribunal de apelaciones falló a su favor. La decisión judicial fue, en esencia, una clase de apreciación artística para burócratas. El fallo reconocía que, aunque el Estado tiene derecho a regular la conducta en espacios públicos, no puede hacerlo de una manera que censure la expresión artística legítima. Fue una victoria que no solo le permitió a Tunick trabajar con mayor libertad, sino que también sentó un precedente, obligando a las ciudades a pensar dos veces antes de arrestar a un artista por el mero hecho de que su lienzo sea la piel humana.
El legado: más allá de la piel y el concreto
Una vez que la amenaza del arresto inminente se disipó, algo cambió. El trabajo de Tunick se volvió más aceptado, casi institucionalizado. Las mismas ciudades que antes lo perseguían, ahora lo invitaban a realizar sus instalaciones, viéndolas como un evento cultural de prestigio. He aquí una fina ironía: el acto, despojado de su carácter transgresor y de su pulso con la autoridad, ¿conserva la misma fuerza? La controversia era, sin duda, uno de sus ingredientes más potentes. El riesgo compartido creaba un lazo único entre los participantes, un sentido de pertenencia a un acto de rebeldía pacífica.
Para los miles de voluntarios que han participado en sus obras a lo largo de los años, la experiencia trasciende la foto. Es un acto de liberación personal y colectiva, una oportunidad de reclamar el espacio público y el propio cuerpo, despojándolos de las connotaciones impuestas por la cultura. Al final del día, el legado de Spencer Tunick va más allá de un portafolio de imágenes impresionantes. Su verdadera contribución fue usar su arte como una palanca para forzar una conversación necesaria. Con una terquedad admirable, demostró que a veces el espacio público es menos público de lo que creemos, y que lo más escandaloso de un cuerpo desnudo no es el cuerpo en sí, sino la reacción histérica que puede llegar a provocar.