Nan Goldin: Arresto y Protesta Contra la Familia Sackler

Cuando el Arte Deja de Ser un Buen Negocio
Existe una cierta simetría, casi poética, en el hecho de que Nan Goldin terminara esposada por protestar contra la industria farmacéutica. Durante décadas, su cámara fue un bisturí que diseccionó las geografías más íntimas del amor, la dependencia y la pérdida en los márgenes de la sociedad. Su obra magna, «La Balada de la Dependencia Sexual», es un diario visual tan honesto que incomoda, un testimonio crudo de vidas que el arte oficial prefería ignorar. Vidas, precisamente, como las que serían arrasadas por la crisis de opioides.
La ironía es que la propia Goldin, tras una cirugía, cayó en una adicción al OxyContin, el producto estrella de Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler. Sobrevivió de milagro. Y al salir, cargada con una pila de rabia y una claridad que solo la cercanía del fin puede otorgar, apuntó su lente hacia un objetivo diferente. Ya no se trataba de documentar las consecuencias, sino de atacar la causa. Y la causa, para su sorpresa y la de nadie, tenía su nombre grabado en las paredes de los museos más prestigiosos del mundo.
Su arresto no fue un accidente ni un acto de vandalismo improvisado. Fue una performance calculada, una pieza de activismo tan curada como cualquiera de sus exposiciones. Junto a su grupo P.A.I.N. (Prescription Addiction Intervention Now), organizó un «die-in» en el Museo Guggenheim de Nueva York. Cuerpos en el suelo, frascos de pastillas vacíos y una lluvia de recetas falsas con la firma de los Sackler cayendo desde la icónica rampa. El arte salía del marco para invadir el espacio sagrado del museo, obligando a los espectadores a tropezar con una verdad muy incómoda: el dinero que financiaba la belleza también patrocinaba la muerte.
Filantropía: El Arte de Lavar Reputaciones
El mecenazgo artístico es una transacción elegante. Un individuo o una corporación entrega una suma considerable de dinero a una institución cultural y, a cambio, recibe prestigio, legitimidad y, lo más importante, una pátina de respetabilidad. La familia Sackler no inventó este juego, pero lo perfeccionó hasta convertirlo en una ciencia. El nombre «Sackler» adornaba alas enteras del Metropolitan Museum of Art, la Serpentine Gallery, el Louvre y la Tate Modern. Era un sello de aprobación cultural, un blindaje simbólico contra cualquier pregunta sobre el origen de esa fortuna.
Lo que Goldin hizo fue, simplemente, señalar lo evidente. Mostró que esa generosidad no era un regalo desinteresado, sino una estrategia de relaciones públicas. Un método para que una dinastía asociada a una epidemia que se cobró cientos de miles de vidas pudiera seguir siendo recibida en los círculos del poder y la cultura. Es lo que hoy se conoce como «artwashing»: usar el arte para limpiar una imagen manchada. Y funcionaba a la perfección. Durante años, el mundo del arte miró para otro lado, aceptando los cheques sin hacer demasiadas preguntas. El dinero, al parecer, no tiene memoria ni conciencia.
La Fotografía como Testimonio y como Arma
La obra de Goldin siempre fue política, incluso cuando parecía estrictamente personal. Fotografiar a sus amigos en momentos de vulnerabilidad extrema, documentar la devastación del SIDA en su comunidad, fue un acto de insistir en la existencia de quienes el poder prefería invisibilizar. Su cámara nunca fue neutral; fue un instrumento de memoria y afirmación. Por eso, su salto al activismo directo no es una contradicción, sino una evolución lógica de su práctica artística.
Si sus fotos eran el testimonio de un desastre a nivel humano, sus protestas eran la acusación formal a los arquitectos de ese desastre. Dejó de ser la cronista de la herida para convertirse en la sal sobre ella. Usó su propio capital cultural —su fama, su prestigio en el mismo mundo que cortejaba a los Sackler— como un arma. Amenazó con retirar una retrospectiva suya de la National Portrait Gallery de Londres si aceptaban una donación de la familia. Fue un movimiento audaz, una declaración de que su integridad no estaba en venta. Estaba usando las mismas reglas del juego del arte, pero en contra del sistema.
La Incomodidad de Morder la Mano que te Da de Comer
La reacción inicial del mundo del arte fue un silencio incómodo, el tipo de silencio que se produce cuando alguien menciona una deuda en una cena familiar. Las instituciones culturales dependen del dinero privado. Criticar a un mecenas importante es como quejarse del motor del auto mientras vas a 200 por la autopista. Es un riesgo que pocos están dispuestos a correr. Goldin los obligó a tomar una posición. O estaban con el arte como refugio ético, o estaban con el dinero sin preguntas. No había un punto medio.
Y para sorpresa de muchos cínicos, la presión funcionó. Uno por uno, los gigantes cayeron. El Guggenheim, la Tate, el Met, el Louvre y una larga lista de instituciones anunciaron que ya no aceptarían donaciones de los Sackler. Algunos incluso se comprometieron a retirar el nombre de sus galerías. Fue una victoria monumental. Goldin no solo expuso a una familia, sino que forzó a todo un ecosistema a una necesaria e incómoda introspección sobre su propia complicidad.
El arresto de Nan Goldin, entonces, trasciende la anécdota. Es el cierre de un círculo. La artista que dedicó su vida a retratar la fragilidad humana terminó defendiéndola en la arena pública, demostrando que el arte más poderoso a veces no es el que se cuelga en una pared, sino el que lucha por derribarla. Y que una sola persona, con la convicción justa y nada que perder, puede efectivamente morder la mano que da de comer al sistema y obligarlo, finalmente, a elegir un plato más limpio.