Accidente in itinere: la negativa de la ART y el laberinto legal

La negativa de cobertura de la ART por un accidente in itinere se basa en la alteración del trayecto habitual entre el domicilio y el lugar de trabajo.
Un zapato roto a la mitad, con la suela despegada, intentando desesperadamente caminar sobre una cinta transportadora que se aleja. Representa: Negativa de ART a cubrir trayecto in itinere

El Contrato de Adhesión Más Creativo del Mundo

Existe una idea, casi poética, que sostiene que el trabajador está protegido desde que cierra la puerta de su casa hasta que vuelve a abrirla. Una especie de burbuja protectora que lo acompaña en el sagrado peregrinaje hacia la fuente de su sustento. Esta idea, plasmada en la ley bajo el nombre de accidente ‘in itinere’, es uno de los pilares del sistema de riesgos del trabajo. Es, en esencia, un reconocimiento de que el riesgo no empieza y termina en la puerta de la fábrica o la oficina. Una revelación conmovedora. Lástima que, como toda pieza de ficción bienintencionada, choca de frente con la prosaica y a menudo cruel realidad.

La Aseguradora de Riesgos del Trabajo, esa entidad que existe para materializar dicha protección, tiene una interpretación del trayecto un tanto… particular. Para ella, el camino entre su domicilio y el trabajo no es una línea, es un láser. Un corredor invisible, rectilíneo y temporalmente acotado que no admite desviaciones. El artículo 6 de la Ley 24.557 lo llama el trayecto directo y habitual. Dos adjetivos que, en manos de un departamento de legales con metas de reducción de costos, adquieren una flexibilidad semántica asombrosa.

‘Directo’ no significa necesariamente el más corto en distancia, sino el que se usa con normalidad. ‘Habitual’ es la clave de todo: es el camino que usted, en su autómata rutina, recorre todos los días. Y aquí viene la primera verdad incómoda: ¿usted notificó fehacientemente a su empleador cuál es ese trayecto? ¿Con un mapa, quizás? ¿Con coordenadas GPS? La mayoría de las veces, se presume. Y en el mundo legal, presumir es el primer paso hacia un largo y tedioso intercambio de cartas documento.

A esta geografía de la obligación se le suma una dimensión temporal. El sistema concede, magnánimamente, una hora antes del ingreso y una hora después del egreso para que ocurra el siniestro. Un plazo que parece razonable, hasta que uno considera el tráfico, el transporte público deficiente o cualquier imprevisto mundano que la vida real, a diferencia de los manuales de procedimiento, se empeña en presentarnos. La ART no ve un embotellamiento; ve un reloj. Y ese reloj es su primer argumento para decir ‘no’. El sistema no protege al trabajador, protege un concepto abstracto del trabajador: un ser puntual, metódico y sin otra necesidad humana que no sea la de producir.

La Santísima Trinidad de la Exclusión: Desvío, Interrupción y Modificación

Cuando la ART rechaza un siniestro in itinere, no lo hace por capricho. Lo hace blandiendo una de las tres espadas sagradas de la exclusión. Son conceptos simples, casi infantiles, pero con un poder devastador. El primero es el desvío. Imagínese que, de camino a casa, decide parar en el kiosco a comprar una gaseosa. O peor aún, pasa por la panadería. Ese acto, trivial para cualquier ser humano, es para la ART una alteración sustancial del riesgo asumido. Usted, al cruzar la calle para comprar una docena de medialunas, ha abandonado el manto protector de la ley para ingresar en una zona de riesgo personal no cubierto. El argumento es que su contrato implícito era ir del punto A al punto B. Cualquier parada en un punto C, por fugaz que sea, rompe el pacto. Es una lógica implacable que ignora por completo que la vida transcurre, precisamente, en esos pequeños desvíos.

Luego tenemos la interrupción. Es el hermano mayor y más grave del desvío. Aquí no se trata de una parada de cinco minutos. Se trata de una detención significativa en el tiempo y el espacio. Pasar a visitar a un amigo, quedarse charlando una hora en la puerta de la casa de un familiar, o realizar un trámite personal no urgente. La ART argumentará que durante ese lapso, el contrato de cobertura estaba ‘en suspenso’. Usted dejó de ser un trabajador en tránsito para convertirse en un simple ciudadano resolviendo sus asuntos. El nexo causal entre el trabajo y el accidente se rompe. La pregunta que se hacen no es si el accidente fue grave, sino si usted merecía estar protegido en ese preciso instante. La respuesta, para ellos, suele ser un rotundo ‘no’.

Finalmente, está la modificación del trayecto. Esta es la más categórica. Un día decide tomar un camino completamente diferente porque hay una manifestación, o porque simplemente le pareció más pintoresco. Si no notificó a su empleador de este cambio de ‘hábito’, aunque sea por una única vez, está por su cuenta. La ley exige que cualquier cambio de domicilio, y por ende de trayecto, sea informado. Una verdad obvia que el 99% de los trabajadores desconoce o recuerda únicamente cuando yace en la camilla de una guardia hospitalaria, esperando que alguien atienda el teléfono en la ART.

Excepciones a la Regla: Cuando el Sistema Finge Flexibilidad

Para no parecer una maquinaria desalmada, la ley contempla ciertas situaciones en las que el trabajador puede alterar el trayecto sin perder la cobertura. Son las llamadas ‘excepciones’, y cada una es un pequeño campo minado probatorio. La primera es concurrir a otro empleo. Si usted tiene la fortuna —o la necesidad— de tener dos trabajos, el trayecto entre uno y otro está cubierto. Claro que deberá demostrar con recibos de sueldo y declaraciones juradas de horarios que no estaba, en realidad, yendo a un ‘after office’.

Otra excepción es por razones de estudio. Si usted sale del trabajo y va directamente a una institución educativa a cursar estudios secundarios, terciarios o universitarios, el trayecto está cubierto. El requisito, por supuesto, es presentar un certificado de alumno regular y, preferiblemente, un analítico que demuestre que no se inscribió en la carrera de ‘Sommelier de Fernet’ la mañana del accidente. La ART investigará la regularidad, la asistencia y la pertinencia de sus estudios con el celo de un inquisidor.

La tercera excepción es la más humana y, por lo tanto, la más conflictiva: atender a un familiar directo no conviviente con necesidad de asistencia. Un padre enfermo, por ejemplo. Aquí es donde la burocracia alcanza un nivel de creatividad sublime. ¿Qué constituye una ‘necesidad de asistencia’? ¿Llevarle la medicación es suficiente? ¿Tiene que estar certificada por un médico? ¿Y si solo necesitaba compañía? El trabajador debe probar no solo el parentesco, sino la urgencia y la necesidad. Se le pedirá una pila de papeles que demuestren una situación que, por definición, suele ser imprevista y caótica. Mientras usted se preocupa por la salud de su familiar, la ART se preocupa por la validez del certificado médico que usted, en medio de la emergencia, olvidó pedir.

El Campo de Batalla: Consejos para Beligerantes

Entendido el escenario, queda claro que esto no es un trámite, es un litigio en potencia. Y como en toda contienda, hay estrategias para ambas partes.

Para el trabajador, el presunto desviado: Su principal arma es la prueba. Desde el instante cero del accidente, usted está construyendo su caso. Si hay testigos, pida sus datos. Si su desvío responde a una de las excepciones legales, junte la documentación antes de que se la pidan. ¿Fue a la facultad? Tenga a mano el certificado. ¿Fue a asistir a su madre? Consiga una constancia médica. Saque fotos del lugar del accidente, del estado de la calle, de su vehículo. Haga la denuncia policial de inmediato, detallando el trayecto que realizaba. Y, por sobre todas las cosas, no brinde una declaración telefónica grabada a un liquidador de la ART sin el asesoramiento de un abogado. Esa conversación amable y comprensiva es, en realidad, un interrogatorio diseñado para que usted mismo admita el desvío fatal. Su memoria puede fallar; la grabación, no. Notifique a su empleador del siniestro de manera inmediata y por un medio que deje constancia. Sea metódico. La ART lo será.

Para la ART, la honorable institución: Su estrategia es más simple: dudar. La carga de la prueba sobre la excepción recae en el trabajador, por lo que su trabajo es simplemente sembrar la duda razonable sobre cada papel que presente. Pida precisiones. Si el trabajador dice que se desvió para ir a la farmacia, pregunte por qué no usó la que estaba en su camino ‘habitual’. Si fue a ver a un familiar, indague sobre la preexistencia de la enfermedad. ¿Por qué ese día y a esa hora? Utilice los tiempos a su favor. Cada requerimiento, cada pedido de documentación, es tiempo que juega en contra de la urgencia del trabajador. Investigue sus redes sociales. Una foto subida minutos antes del accidente en un lugar que no cuadra con el trayecto declarado es el equivalente a una confesión firmada. Su objetivo no es demostrar que el trabajador miente, sino simplemente que no puede probar, más allá de toda duda, su versión de los hechos. En la burocracia, la ausencia de una prueba contundente es sinónimo de inexistencia. Es un juego frío, predecible y, para la aseguradora, altamente rentable.